Objetivos de la puesta de límites

Empecemos por preguntarnos qué debemos pedir de un estilo de disciplina. ¿Lograr que los niños se comporten como muñequitos a control remoto? ¿Lograr ser sus amigos más que padres, y permitir que expresen lo que les dicte su deseo? Ni una cosa, ni la otra. Somos padres y tenemos la gigantesca responsabilidad de educar a otros seres humanos, con los cuales nos une una particular relación afectiva. Pero son otro ser humano, diferente a nosotros aunque se nos parezca y que tiene el derecho de tener padres que le enseñen las reglas de la vida en un contexto de cariño y firmeza que le permitan desarrollarse saludablemente.

Un estilo de disciplina adecuado debe lograr que los niños aprendan a ser responsables de su propio comportamiento, sin necesitar una figura punitiva al lado que los controle. No sirve que los niños se queden quietitos porque los estamos mirando con mirada amenazante. En cuanto nos vayamos harán lo que no deben. Asustándolos, amenazándolos, no desarrollamos su autocontrol.

Tenemos que encontrar la manera en que hagan lo que deben como una elección personal. Es una muy buena cosa que puedan tomar sus propias decisiones, sobre la base de la anticipación de las consecuencias que su conducta puede traerle.

Cuando ponemos límites a nuestros hijos, no es para lograr dormir la siesta un domingo ni para quedar como reyes delante de nuestros amigos, sino para enseñarle el orden natural de los sucesos en la vida. Un niño que crece creyendo que puede hacer lo que quiere, no va a poder funcionar bien en el mundo de verdad. Se transforman en "tiranos de pies de barro": parecen muy fuertes en la casa en donde sus deseos son órdenes, pero se "derriten" en el mundo de verdad en donde hay que aprender a negociar y a defender adecuadamente nuestros derechos y donde, muchas veces, nuestros deseos quedan postergados.

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