- La familia, como todo grupo humano, tiene roles diferentes con funciones diferentes. En una familia que tiene un funcionamiento sano, estos roles van teniendo modificaciones que acompañan la evolución de sus integrantes: aparecen nuevos miembros; los que están, crecen, maduran, adquieren nuevos derechos. Sin embargo esta flexibilidad deseable debe construirse sobre algunas bases estables, como lo es sobre quien está depositada la autoridad. Y en esto no pueden haber dudas jamás: la autoridad es una función parental. Autoridad que marca rumbos y que da seguridad. No esa autoridad que es autoritarismo, violenta, arbitraria, irrespetuosa, que busca obediencias ciegas, sino autoridad firme, cálida, cargada de valores democráticos: la búsqueda permanente de la justicia y del respeto de los derechos individuales... aun de los niños.
A veces confundimos poder con autoridad. El poder es algo que depende de nuestra transitoria situación jerárquica superior como padres. A medida que el hijo se va independizando, el poder se va perdiendo. La autoridad es un mito, que se elabora sutilmente, desde etapas muy precoces y que perdura más allá del poder.
Cumplir con la palabra dada, en la buenas y en las malas; no apelar a terceros para lograr lo que nosotros queremos ("cuando venga tu padre le voy a contar","¿y si le cuento a la maestra?", etc.) son algunas de las formas que ayudan a elaborar el concepto de autoridad.
Un niño que va aprendiendo lo que es la autoridad en su hogar, luego puede reconocerla y aceptarla en sus maestros y en las normas sociales de convivencia.
Padres autoritarios tienen hijos débiles o que aprenden a transgredir las normas. Padres con autoridad bien ejercida tendrán hijos que sabrán respetar y hacerse respetar.
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