LA PSIQUIATRIA DE NIÑOS Y ADOLESCENTES

¿Qué es?

La Psiquiatría es una especialidad de la medicina. Así como otras disciplinas médicas se ocupan de lo que sucede en los tejidos y en los órganos vitales, la Psiquiatría se ocupa de lo que sucede en los pensamientos, en las emociones y en la conducta de los seres humanos.

Por cierto que esta división es arbitratria ya que no existe por un lado el cuerpo y por otro lado la mente. Los seres humanos funcionamos como un todo, con una interacción permanente entre de "la carne" y "el espíritu".

El psiquiatra de niños y adolescentes, lejos de lo que su título pudiera hacer creer, no se ocupa sólo de la salud mental de los niños y de los adolescentes. ¿Cómo concebirlos como entes aislados separados de su familia y del resto de su entorno? Sería un esfuerzo vano e inútil intentar ayudar aisladamente a los hijos, sin entenderlos como formando parte de una familia y de una sociedad, que están viviendo determinada época que les imprime también características especiales.

¿A qué se dedica?

Con frecuencia, escuchamos esta frase entre la gente:"Los psiquiatras son para los locos", "Este problema es leve, así que no es para psiquiatra". Estos conceptos equivocados tienen su origen en lo que era la psiquiatría en sus orígenes, no en lo que es hoy. La psiquiatría ha acompañado en su evolución a todo el movimiento del concepto salud: la salud no se considera meramente la ausencia de enfermedad, sino el completo bienestar físico, psíquico y social del individuo. (Declaración de la OMS, Alma Ata, 1978)

Del mismo modo, el psiquiatra ya no se ocupa solamente de curar o de aliviar la enfermedad, sino de generar todas aquellas acciones que promuevan la salud mental de los individuos. Es así, que hoy la psiquiatría no sólo se ejerce en los consultorios, sino también en los centros de salud comunitarios, en las escuelas, en todas las instituciones donde hay niños y adolescentes, y aún en los medios de difusión, llevando a la población información necesaria para que los cambios deseados sean posibles. Su presencia también es necesaria al lado de legisladores y políticos a la hora de elaborar leyes y proponer políticas de salud que involucren a niños y adolescentes.

¿Cuándo nos puede ayudar?

Generalmente no dudamos de la oportunidad de consultar a nuestro médico cuando tenemos algún sufrimiento en el cuerpo. Sin embargo no estamos tan seguros cuándo es que tenemos que consultar al profesional en salud mental.

Seguramente si estamos frente a padecimientos muy notorios que resultan una interferencia clara para la vida cotidiana, la decisión surge con mayor facilidad. Si, por ejemplo, nuestro niño entra en pánico a la hora de ir a la escuela, o si deja de comer y adelgaza muchísimo,

o si dice que escucha voces que nadie oye o afirma que ve cosas inexistentes, no dudaríamos en buscar rápidamente ayuda profesional.

Pero hay muchos otros casos en los cuales seguramente nos preguntaremos: ¿valdrá la pena? ¿No quedaré como un/a inepto/a si pregunto estas cosas? La respuesta correcta es: vale la pena permitirse la oportunidad de ser informado, de poder entender y eventualmente cambiar algunas actitudes o posturas. Así como ya no dudamos que vale la pena prevenir enfermedades tales como el tétanos o la viruela, también consideramos que vale la pena prevenir cuando se trata de lograr la salud emocional. Nos alegramos que cada vez sean más las consultas sobre prevención.

Pasos del encuentro entre un psiquiatra y su paciente

¿Qué tiene mi hijo?

El primer objetivo al que debe apuntar el psiquiatra de niños y adolescentes es llegar a un diagnóstico. El proceso diagnóstico requiere tiempo, exploración, conocimientos extensos y profundos y mucha capacidad reflexiva. La herramienta fundamental para un diagnóstico sigue siendo la entrevista con el paciente y con su familia, juntos y/o separados. Si es necesario, se apela a algunos estudios específicos que son realizados por otros técnicos del equipo de Salud Mental: estudio psicológico, evaluación psicomotriz, evaluación pedagógica, evaluación del lenguaje, estudios biológicos, etc.

El diagnóstico no sólo implica decir: "este niño tiene tal cosa". Un diagnóstico global no sólo le pone un nombre a lo que le está pasando al niño, sino que analiza también toda la situación que lo rodea y su entorno.

Poder diagnosticar significa poder entender la situación y poder asentar sobre una base bien segura la recomendación de tratamiento.

Es parte fundamental de la consulta que el técnico y el paciente y su familia se entiendan mutuamente. El diagnóstico debe ser compartido con los padres del niño, en términos que resulten comprensibles. El psiquiatra es un médico y como tal debe ser capaz de explicarle al paciente cómo entiende el padecimiento que lo afecta. El psiquiatra es una persona y como tal debe ser capaz de Éáblar el lenguaje de las personas y comunicarse con

3uien le pide ayuda en términos que puedan ser enten-idos.

Abogamos por el trato digno y respetuoso de quienes consultan al psiquiatra de niños: el paciente y su familia tienen derecho a saber, estar informados y decidir a qué están, en definitiva, dispuestos a exponerse.

¿Cuál es el tratamiento que puede ayudarlo?

Basándonos en ese diagnóstico amplio, que da cuenta de cómo se entendió la situación conflictiva, se elabora una estrategia terapéutica.

La estrategia terapéutica eficaz es aquella que actúa sobre la mayor cantidad posible de factores que están interviniendo en el mantenimiento de la afección o trastorno. Por eso es que muy pocas 'veces se trabaja solamente con el niño. En la enorme mayoría de los casos la orientación a padres y maestros está indicada, siendo esta una poderosa herramienta de cambio .

El trabajo con los padres:

Lo primero que el psiquiatra de niños tiene que hacer es conseguir que los padres entiendan de una manera realista lo que le pasa a su hijo. Si el padre cree equivocadamente que su hijo lo único que busca con sus síntomas es molestarlo o llamarle la atención, estará actuando consecuentemente de manera equivocada, quitándole al niño la oportunidad de recibir el apoyo y la ayuda que necesita. Asimismo, ayudar a los padres a pensar nuevas y mejores maneras de relacionarse con los niños, abrir nuevos y más francos canales de comunicación.enseñarles maneras más eficientes de poner límites, puede generar un clima mucho más apto para el desarrollo normal y armónico de una familia.

Existen otras situaciones en las cuales a los padres se les requiere para tareas mucho más específicas: en ocasiones se transforman en verdaderos co-terapeutas, siguiendo los lincamientos dados por el técnico en la ayuda específica del niño. Este es el caso frecuente de el tratamiento de niños con trastorno obsesivo-compulsivo, por ejemplo.

¿Por qué apelar a una droga y no a un producto "natural"?

Ultimamente se hace un uso equivocado de la palabra "natural". En ocasiones se lo asimila a la idea que si es natural no puede hacer daño y eso es un peligrosísimo error. Los hongos venenosos son naturales y la cocaína tiene un irreprochable origen natural. Muchas veces el rótulo de "natural" nos priva de nuestro derecho a saber qué es realmente lo que estamos ingiriendo, cuánto estamos recibiendo, con qué otras sustancias tiene interacciones negativas, etc.

Un medicamento, con todos sus defectos, está avalado por muchos años de investigaciones. Sabemos la dosis necesaria por kilo de peso, sabemos qué sustancias actúan como antídoto en caso de intoxicación, conocemos con qué otras sustancias no debe combinarse, etc. Es decir, nos ofrece un margen de seguridad que no tiene comparación con la inseguridad que significa no saber a ciencia cierta qué es lo que se está introduciendo en el organismo.

Esta droga, ¿tiene efectos secundarios? ¿Cuáles?

No existe medicación efectiva que no tenga efectos secundarios. Cualquier medicamento tiene principios químicos activos en su composición que son los que actúan sobre nuestro organismo produciendo determinado efecto buscado, pero casi invariablemente también produce otros que no son deseados y que generalmente dependen de las dosis utilizadas. Estos deben ser informados a los padres y deben ser adecuadamente controlados por el médico. La decisión de si utilizar o no el medicamento indicado depende de valorar la eventualidad de los efectos secundarios de la medicación versus los efectos secundarios de la afección si no se la controla.

¿Medicarlo significa que lo que tiene es grave?

Por cierto que no. Lo único que significa que mediquemos una afección es que confiamos en que esa medida va a ayudar a su evolución o mejoría. Hay afecciones sin mayor significado pronóstico que se medican (enuresis por ejemplo) y otras muy graves que lamentablemente no pueden ser corregidas a través de un fármaco.

"Le aumenté la dosis porque me pareció que lo necesitaba" o "Se lo suspendí porque nos fuimos de vacaciones y no llevé el medicamento" o "Le di lo que le hace tanto bien al primo".

La indicación de un psicofármaco a un niño sólo puede hacerla el psiquiatra de niños. La psicofarmacología de niños es una rama diferente de la farmacología médica, que ni siquiera es igual a la psicofarmacología de los adultos: por ejemplo, los psicofármacos más utilizados en adultos no son aconsejables en los niños. El equilibrio neuroquímico es algo demasiado importante como para que esté en manos de personas que no tienen la formación e información necesarias.



"No quiero que ningún medicamento cambie a mi hijo"

Ningún medicamento cambia lo esencial de un ser humano, así como no le soluciona los problemas del entorno. Lo único que se busca es ponerlo en mejores condiciones para que pueda empezar la búsqueda de soluciones realmente duraderas y significativas.

¿ Donde busco ayuda?

En nuestro país el área de salud mental está en pleno desarrollo y a pesar que aún estamos lejos de lo que sería necesario y deseable, cada día hay más recursos comunitarios a los cuales se puede recurrir.

A nivel estatal, el Ministerio de Salud Pública y la Facultad de Medicina, a través de sus Cátedras de Psiquiatría de Adultos y de Psiquiatría de Niños y Adolescentes tienen Servicios en todos los hospitales montevideanos. La Facultad de Psicología ofrece también atención al público que así lo solicite.

A nivel privado, todas la mutualistas montevideanas tienen atención psicológica y psiquiátrica, y las de los demás departamentos esperamos que la vayan teniendo.

Hay asimismo centros gubernamentales y no gubernamentales muy variados que atienden áreas específicas: el área de la mujer, de los niños abandonados, de los niños de la calle, situaciones de violencia familiar, pacientes con patología alimentaria, padres de niños autistas o de niños con Síndrome de Down, o grupos para alcohólicos y sus familias, entre otros.

Muchos colegios también cuentan con gabinete psicopedagógico que puede ser un excélente recurso de detección y abordaje de las situaciones de los niños al cual los padres preocupados pueden recurrir.

De hecho, el psiquiatra ya no es aquel personaje de aspecto extraño y lenguaje incomprensible, que limitaba au trabajo al consultorio: hoy el psiquiatra se asume como un trabajador por la salud mental dentro y fuera del consultorio, que puede hacer muy poco si está solo. Reconocemos la necesidad de trabajar de cara a las necesidades de la población, uniendo esfuerzos y conocimientos con diferentes disciplinas.

Una noche clara de julio de 1996, en Tampere, Finlandia, el Profesor Joseph Noshpitz, maestro y amigo, reflexionaba entusiasmado sobre nuestra profesión. "Es la más importante de las ciencias" -dijo. "Mas que la cibernética, más que la ingeniería espacial. Nosotros somos los encargados de hacer que el ser humano sea mejor. Si no lo lográramos, ¿de qué servirían las computadoras, los cohetes espaciales?... y lo mejor de todo, es que cada día estamos más cerca de lograrlo."

VIOLENCIA, AGRESIVIDAD Y ALGUNOS ANTIDOTOS

La violencia en nuestra realidad

La violencia y sus derivados está aumentando en nuestra sociedad y eso nos preocupa a todos. Nos alarmamos de su frecuencia creciente y también por lo difícil que parece resultarle a la sociedad y a sus instituciones el pensar e implementar soluciones realmente eficaces. Frecuentemente se sigue intentando controlar la violencia aumentando la violencia de los castigos, sin considerar la importancia de generar acciones preventivas que puedan interrumpir la escalada de violencia social.

El aumento de la agresividad no es privativo de ninguna clase ni sector social: todos estamos más agresivos en el tránsito, en el fútbol, en la vida de todos los días. Todos estamos quedando sumergidos en una atmósfera cada vez más contaminada con individualismo, competítividad salvaje y vínculos agresivos con los demás. ¿Cómo pensar entonces que nuestros niños permanecerían inmunes y que crecerían como seres solidarios, cordiales y pacíficos?

No sólo ha aumentado la expresión hacia otros de la violencia, también lo ha hecho la violencia dirigida hacia uno mismo. La autoagresividad puede tener diferentes manifestaciones, desde muy evidentes a otras más disfrazadas. Nuestro país ocupa un desgraciado lugar de privilegio entre los países con mayor cantidad de suicidios, y en edades cada vez más tempranas, así como de muertes en accidentes de tránsito que en gran proporción representan acciones autoagresivas.

En este capítulo le dedicamos un apartado al maltrato, situación extrema pero frecuente y a la que no podemos cerrar más los ojos, otro al desarrollo de la agresividad en los niños porque pensamos que es allí donde se puede y debe intervenir para desbaratar la escalada, y finalmente otro a la puesta de límites para tener mejores herramientas para educar a nuestros hijos haciendo de ellos individuos con autoestima, autocontrol y sentido de la responsabilidad.

El maltrato

En los últimos años en nuestro país y en el mundo hemos observado una verdadera explosión de información y de preocupación por este tema, tanto a nivel popular como a nivel científico. Este fenómeno se ha acompañado de un aumento considerable en los casos conocidos de maltrato y violencia doméstica. En el Hospital Pereyra Rossel, por ejemplo, se reciben 5 casos por día sospechosos de configurar una situación de maltrato. Al parecer esto no refleja un aumento real del número de casos existentes, sino una sensibilización mayor frente al tema, lo que posibilita su denuncia frente a organismos destinados especialmente a ese fin.

Esta realidad marca una gran diferencia con la enorme tolerancia que han demostrado diferentes sociedades de diferentes culturas frente al abuso infantil. En la historia el maltrato físico, el abuso sexual y aun el asesinato de niños ha sido objeto de gran indiferencia social. Sociedades tradicionalmente reconocidas por sus aportes a la cultura universal, como la romana, mantenían prácticas aceptadas de abuso físico y sexual con los niños. Sin remontarnos tan lejanamente, mirando alrededor seguimos viendo como aún en la actualidad, donde la defensa de los derechos humanos ocupa un lugar más preponderante, existen prácticas corrientes de infanticidio, algunas de ellas oficialmente toleradas (el asesinato de las recién nacidas en China, el asesinato de los niños de la calle en Brasil, etc.).

Un dato anecdótico, que quizás nos da algún dato .sobre la naturaleza humana, es que en EE.UU. fue creada muchísimo antes la Sociedad Protectora de Animales que la de niños. Afines del sigloXIX se hizo público un sonado caso de abuso físico infantil que conmovió a la sociedad de la época y que, a falta de leyes adecuadas, debió acogerse a las promovidas por la Sociedad Protectora de Animales.

Recién en 1962 se define como cuadro clínico, lo que se llamó el "síndrome del niño maltratado", para referirse a los casos más graves de abuso físico. A partir de ese momento, el interés por el tema siguió dando lugar a múltiples investigaciones y acciones en las áreas médica, legal, y social, que ya no sólo abarca a las formas más abiertas y graves de maltrato, sino también a las más sutiles y encubiertas: la negligencia en los cuidados necesarios, el abuso emocional, el abuso sexual.

Como siempre sucede, una vez que nos sensibilizamos en relación a un problema, los casos conocidos empezaron a aumentar. Lo que antes quedaba como una vergüenza silenciosa, como un secreto padecido en las sombras, ahora sale a la luz.

¿Qué es?

Se considera maltrato a los comportamientos por parte de un adulto que producen algún tipo de daño físico o mental a los menores.

El maltrato o abuso puede ser físico (golpes, palizas, castigos violentos), psicológico (amenazas, humillaciones) o sexual (acoso, toqueteos, exposición a actos sexuales, violación). También es considerada maltrato la negligencia, es decir el no cumplir con las necesidades básicas para el bienestar del niño, tanto físicas como emocionales.

El maltrato se ve en todas las clases sociales, y puede ser perpetrado tanto por hombres como por mujeres. La víctima puede ser de cualquier edad: desde recién nacido hasta adultos mayores.

¿Cuáles son sus causas?

Son muchos y variados los factores que intervienen para que el maltrato tenga lugar. Existen situaciones que hacen que el maltrato sea más probable. Por ejemplo, el maltrato es 6 veces más frecuente en familias en las cuales el padre / madre haya sido maltratado.

La historia de los padres

No todos los padres que maltratan son iguales ni están enfermos mentalmente. Pero hay algo que los caracteriza: todos, en su infancia, han sido maltratados; no han sido queridos; han sido objeto de crítica y subestimación exagerada y permanente o han sido exigidos de manera inadecuada por sus propios padres. En otras palabras, ellos mismos fueron víctimas en su infancia, y como consecuencia de ello su capacidad de tener un funcionamiento adecuado como padre o madre se vio severísimamente deteriorada.

Estos padres han aprendido a ser padres o madres violentos. El o los modelos que tuvieron fueron así, y aunque racionalmente critiquen lo que les hicieron cuando niños, cuando ellos viven determinadas situaciones la reacción que tienen es tan violenta como hubiera sido la del padre violento, en su momento.

Por otro lado, han aprendido que el niño no es un ser a respetar, proteger y amar. Han elaborado un concepto muy devaluado del niño como resultado del rechazo y la humillación de que fueron objeto cuando ellos fueron niños. Aprendieron que la relación entre un padre y un hijo es la relación entre un agresor y su víctima.

Estos niños y adolescentes maltratados crecen con grandes carencias afectivas. Una vez que tienen un hijo a veces pretenden que sea este hijo quien satisfaga sus necesidades afectivas exageradas. Esta expectativa se frustra siempre, ya que ningún hijo puede ser capaz de borrar ese pasado y calmar la inmensa insatisfacción afectiva de estos padres. La frustración genera rabia, se reavivan dolores del pasado y se desencadena la reacción violenta con el hijo.

Pero, ¿todos los niños y niñas abusados en su infancia se transforman el padres / madres abusadores? Afortunadamente no. Algunas investigaciones estiman que 1/3 de todos los individuos que han sido severamente abusados en su infancia, van a abusar de sus hijos. Si hien es una proporción considerable, destaquemos que los 2/3 restantes logran desarrollar recursos emocionales que les permite romper con la "herencia de maltrato". Existen realidades vitales que ayudan a que una persona pueda liberarse de este triste pasado y de su influencia negativa y que pueda ser libre de ser el tipo de padre que quiere ser. Uno de estos factores es que cuando chico y maltratado por uno de sus padres, haya podido contar con el apoyo y la protección y el cariño de el otro padre.

Otro factor importante a considerar entre los que influyen en la aparición de maltrato, es lo que la sociedad piensa y cree en relación a cómo deben tratarse los niños.

Los valores culturales

La práctica cultural corriente de cada sociedad hace que el abuso sea más o menos posible. Los valores culturales pueden actuar de alguna manera como barrera contenedora o como estímulo facilitador del maltrato. Hay sociedades en las cuales el castigo físico es muy mal tolerado, por lo que hay como una vigilancia natural de toda la sociedad en su conjunto. No es el caso de la .sociedad uruguaya, en donde más allá de discursos, el castigo físico es una práctica socialmente aceptada. La "cultura del zapatillazo" está ampliamente extendida, de tal modo que con muchísima frecuencia escuchamos como consejo a algún padre / madre cuyo hijo está presentando alguna dificultad: "lo que le hace falta es una buena paliza". Consejo que proviene de personas muy bien intencionadas, cultas y hasta de buen corazón, que culturalmente tienen muy incorporado el castigo físico como gran solucionador.

El abuso es una relación de tres

La relación de abuso no es solamente la relación entre el agresor y su víctima. Siempre hay un tercero, que observa y calla y que con su silencio se vuelve cómplice. Este tercero puede ser el otro padre, pero también podemos ser nosotros, el resto de la sociedad: los vecinos que escuchan y ven pero no intervienen, los familiares que saben y callan, las instituciones que no van en rescate de ese niño.

Sobre un terreno predispuesto, hay situaciones que actúan como prendiendo la mecha que hace explotar una bomba que ya estaba. Son los eventos vitales estresantes, que pueden proceder de la familia en sí misma o de la sociedad. La insatisfacción de necesidades materiales, el desempleo, el aislamiento social, la discordia entre la pareja, por ejemplo, son algunos de estos factores.

Las características del niño maltratado

Hay niños que más fácilmente se vuelven víctimas de maltrato. Sus características explican por qué en algunos casos, entre varios hermanos, el abuso se perpetra exclusivamente y de manera repetida con uno de ellos. Por ejemplo, es más frecuente que el niño maltratado sea más frecuentemente quien tenga algún defecto físico o que presente algún trastorno de conducta o rasgos temperamentales difíciles. Pueden ser niños inquietos, o impulsivos, o llorones, o pueden tener algún retardo o un defecto o malformación visible. Es también más frecuente el maltrato en niños cuyo nacimiento no fue deseado, o en aquellos que al nacer debieron pasar mucho tiempo en incubadora separados de sus madres, no pudiendo establecerse un adecuado vínculo de apego. Que el niño sea hijo no biológico también parece favorecer la existencia de maltrato.

El abuso infantil suele ser una faceta más de un patrón de interacción general de violencia en la familia. Este clima familiar violento es muy frecuentemente multi-generacional, participando padres, niños, abuelos y demás familiares con diferentes grados de intensidad e involucramiento. También es cierto que este estilo violento de interacción se va trasmitiendo de generación en generación.

Consecuencias emocionales del maltrato

El niño maltratado sufre daños que surgen del maltrato directo y de todo ese clima de violencia familiar en el que es criado. Estos daños se expresan de manera diferente de acuerdo a las distintas etapas de desarrollo en que se encuentre el niño.

En un lactante maltratado, signos precoces de daño son las dificultades para alimentarlo, el llanto persistente y el retraso del desarrollo motor y social. Son bebés que no se relacionan alegremente con el adulto, son irritables y no parecen distinguir claramente entre conocidos y desconocidos.

A medida que van creciendo van adquiriendo lenta y tardíamente las conductas y logros esperados para su edad, tanto a nivel motor como a nivel cognitivo y del lenguaje.

Ya comopre-escolares, se los ve como niños ansiosos, inquietos, temerosos, como si siempre estuvieran esperando una agresión del entorno. Juegan poco y de manera poco creativa y feliz. Las niñas pueden ser excesivamente pasivas, y otros pueden tener conductas y juegos muy agresivos. La relación con el padre abusador puede ser sorprendentemente dependiente: necesitan desesperadamente su aprobación.

Los escolares maltratados son solitarios, desconfiados, retraídos y tristes. Algunos, por momentos, pueden parecer demasiado maduros para su edad. Son impulsivos, no adquieren fácilmente el autocontrol esperado para su edad. Su autoestima es muy baja, tienen una muy pobre visión de sí mismos que es el reflejo de cómo los ven y tratan sus padres.

El rendimiento escolar suele ser malo por diferentes razones. Una de ellas es que más de la tercera parte de los niños abusados, tienen retardo mental y daño del sistema nervioso central como consecuencia no sólo de los repetidos traumatismos encéfalo-craneanos, sino también a causa de la deprivación de afecto materno, de la desnutrición y de la estimulación inadecuada.

Son por lo general niños agresivos. Han aprendido a ver al entorno como hostil y amenazante y, por tanto, están siempre a la defensiva y malinterpretando las acciones de los otros. Por esta razón reaccionan agresivamente frente a estímulos desconocidos o inesperados.

La relación con sus padres suele caracterizarse por la necesidad imperiosa de estos niños por mantener una imagen interna de padres buenos. Es como si necesitaran tanto creer que sus padres son buenos, que prefieren creer que ellos son los culpables del castigo. Es casi el único recurso que les permite mantener la esperanza.

Como adolescentes, persisten y aumentan todas las dificultades anteriormente descriptas. Aumentan las conductas agresivas y violentas hacia otros y hacia sí mismos: buscan el riesgo, el peligro, desprecian la vida, propia y ajena.

¿Cuál es el tratamiento?


El mejor tratamiento del maltrato es, sin lugar a dudas, su prevención. Todas aquellas políticas sociales que tiendan a disminuir el estrés socio-ambiental dependiente de la pobreza, de la promiscuidad, del desempleo, de los embarazos no deseados, así como campañas de educación que apunten directamente a fortalecer y aumentar las capacidades maternantes y paternantes, serán bienvenidas para lograr disminuir el impacto de esta patología psico-social.

Es necesario también que existan instituciones especializadas en el tema de maltrato hacia los niños, a las cuales puedan acudir de manera razonablemente sencilla todos aquellos que requieran orientación, apoyo o protección.

Pero más allá de las instituciones específicas, toda la sociedad tiene que aprender a cumplir el rol de protector de los más débiles, en este caso los niños. Debemos aprender a no mirar para otro lado ni a justificar la violencia hacia los niños con discursos pseudoeducativos violentistas. Cambiar por dentro es necesario para que la verdadera prevención sea posible.

Cuando la prevención falla, hay que tratar de disminuir las consecuencias en las víctimas. El tratamiento específico de cada familia dependerá de una cuidadosa evaluación de la situación. Una de las decisiones más difíciles es la de decidir la separación del niño de su familia. En algunos casos ello será necesario, a veces, como medida temporaria, a veces definitiva. En otros casos, con adecuada supervisión, el niño podrá permanecer en el seno de su familia que como grupo estará recibiendo asistencia terapéutica.

A ser padre / madre se aprende. Es posible "desaprender" mecanismos que llevan a estilos violentos de interacción con los hijos, y sustituirlos por mejores habilidades de crianza y de disciplina, así como aprender a que el maternaje / paternaje pueda ser una fuente de placer.

EL DESARROLLO DE LA AGRESIVIDAD

Desde que tenemos memoria escrita, el ser humano se ha preguntado: ¿qué clase de animal somos? Desde diferentes especialidades hemos escuchado diferentes respuestas. Así como algunos han sostenido que el ser humano nace en un estado de pura inocencia y que toda la corrupción proviene de la sociedad, otros han pensado que el hombre es intrínsecamente un animal agresivo. También nos hemos preguntado si, en cuanto a la agresividad o la tendencia violenta, todos nacemos iguales o si hay diferencias entre las personas, las razas y los grupos étnicos.

Respuestas diferentes se han ofrecido desde diferentes ámbitos: filosóficos, religiosos, estudiosos de todas las ramas de la ciencia han trabajado el tema.

De hecho, a fines del siglo XX seguimos muy preocupados por el fenómeno. Nos preocupa el presente y el futuro de nuestras sociedades, en donde la agresividad y la violencia son un ingrediente tristemente cotidiano.

Todos tenemos anécdotas que apuntan a demostrar nos que la agresividad de nuestros niños y jóvenes está muy por encima de lo que querríamos. Las maestras nos han aportado observaciones muy sagaces que vale la pena compartir. Por ejemplo, relatan cómo los juegos tradicionales han desaparecido prácticamente de los recreos y han sido sustituidos por luchas y torneos de artes marciales mal aplicadas. Asimismo, la violencia física ya no es un comportamiento más típico de los varones, sino que las niñas se pegan de la misma manera.

¿Qué hacer? ¿Cómo detener esta triste y preocupante escalada? En primer lugar, no hagamos como el avestruz. Enfrentemos la realidad de que este es un problema de todos, y empecemos por conocer algunas características relevantes del problema.

Agresividad normal y agresividad patológica

La agresividad es un comportamiento inherente a toda la escala animal, de la cual el ser humano es integrante privilegiado. La conducta agresiva animal ha sido extensamente estudiada por los etólogos quienes han descripto los diferentes comportamientos que tie^ nen como objetivo la supervivencia y la defensa del territorio y de la cría.

En el ser humano la agresividad también puede tener una función protectora y trófica, que impulse al individuo a la defensa y la acción. No es a este tipo de agresividad a la que nos referimos, sino a la agresividad patológica, esa conducta emitida con la finalidad de causar dolor o cualquier tipo de daño a otro ser vivo.

Causas de la agresividad patológica

Diferentes investigaciones han explorado el papel que juegan diversos factores en la génesis de la patología de la agresividad.

Existen dos grandes vertientes cuya influencia ha sido estudiada: la biológica y la del entorno.

A) La influencia de la biología

Nuestras conductas son el resultado final de múltiples influencias que incluyen lo genético, la acción hormonal, la actividad de determinados neurotrasmisores en determinadas zonas del cerebro entre otras. La interacción de todas estas influencias permiten que la conducta agresiva pueda expresarse de determinada manera, pero no es causa única ni primordial en su desarrollo.

B) La influencia del entorno y de la experiencia

Sin ningún lugar a dudas) la influencia más importante spbre el comportamiento agresivo proviene tanto del entorno como de la experiencia. A ser agresivo se aprende.

Toda la evidencia es contundente al demostrar que la manera como una criatura (animal o humana) es tratada in útero, como recién nacido, durante el período de la lactancia y durante toda la infancia, afecta de manera muy importante el comportamiento que esa criatura vaya a tener en relación a los demás.

¿Cómo es que se produce el aprendizaje de la conducta agresiva y violenta? Una de las maneras más eficaces que tenemos los seres humanos de aprender conductas complejas es a través de la imitación. A través de la imitación aprendemos a hablar, a cocinar, a bailar y también a reaccionar frente a diferentes situaciones.

Los niños no imitan a cualquiera, sino a aquellas personas que son, a sus ojos, modelos prestigiosos. Por tanto imitan a sus padres, a sus maestros, a sus hermanos mayores, a personajes de TV. ¿En cuántos de esos modelos observa una variedad importante de comportamientos agresivos día a día? Pensemos cuántas veces vio a su padre insultar a alguien mientras va manejando (ya sea un señor o una señora), o cuántas veces recibió una cachetada como respuesta a una equivocación, o cuantas veces vio a sus padres agredirse de distintas maneras o cuántas veces vio aniquilar sangrientamente a un enemigo en un "dibujito" o en un video - juego.

El niño termina pensando que el componente agresivo de las relaciones interpersonales son la norma o el componente privilegiado. Va elaborando además el nefasto concepto de que el poderoso es el agresivo y que el no agresivo es el débil, el perdedor, el fracasado.

También es estimulada directamente la conducta agresiva de diferentes maneras. Una manera frecuente es la sorprendente costumbre de dar a los niños para jugar juguetes bélicos. ¿Qué estamos queriendo enseñar a un niño a quien le compramos revólveres, granadas, metralletas? ¿Estamos desarrollando sus habilidades sociales, su creatividad, sus valores morales? ¿O estamos familiarizándolo peligrosamente con elementos que significan un oprobio para la naturaleza humana?

Otra manera de estimular el comportamiento agresivo exagerado es el halago y orgullo expresado de diferentes maneras por ese tipo de conductas. No es raro escuchar a padres que se enorgullecen que por su agresividad, su hijo "no se deja pasar por arriba", o "los tiene dominados a todos" o "es bien varón, todo lo arregla a las pinas". Cuánto mejor sería poder enseñarle a ese niño a defender sus derechos o a ejercer su masculinidad de manera más adecuada.

Y finalmente, una manera muy frecuente de conseguir que la agresividad aumente: querer controlar la violencia de nuestros hijos siendo más violentos nosotros. Si le pegamos porque pegó, el mensaje no verbal es muy claro: "está bien pegar, pero pega el más fuerte."

C) El rol de la televisión

¿Cómo ignorar la influencia de la televisión en la educación de nuestros hijos? Si partimos de la realidad de que nuestros niños y jóvenes llegan a pasar un promedio de 5 horas diarias mirando TV, ya tenemos una medida del respeto con que debemos mirar a este medio como trasmisor de valores y como moldeador de actitudes.

Las investigaciones realizadas tendientes a demostrar la influencia de la imagen televisada en el aumento de la conducta agresiva en los niños, son varias, rigurosas, y han logrado realizarse explorando en grandes grupos y seguirlos además por hasta 10 años. Los resultados coinciden en que el ver escenas violentas en la TV aumenta de manera llamativa la conducta agresiva en todos los niños pero, sobretodo, en aquellos que ya tienen tendencia hacia la agresividad o en los niños más pequeños (preescolares).

La imitación lleva a los niños a reproducir aquellos comportamientos que aprendieron a través de la pantalla, aquellos comportamientos que eran emitidos por seres valorados, poderosos y triunfantes. Terminan asociando conducta violenta con éxito y poder.

Por otro lado, no debe desestimarse la televisión como generadora de creencias y como formadora de actitudes, en aquellos sujetos tan sensibles como lo son los niños expuestos a la pantalla más horas que a sus padres. Estos niños, criados dentro de la realidad televisiva consideran muy natural y cotidiana a la violencia: todo el mundo se pega, se tira cosas, se mata...

Asimismo se va produciendo una desensibilización frente a los golpes, al daño físico, a la visión de la sangre y aún de visceras. Eso hace que ya no se impresionen por estas cosas ni aun en la vida real.

No obstante, aun teniendo en cuenta todo esto, ¿podemos culpar a la televisión? Es cierto que es un arma muy poderosa que tenemos dentro de nuestras casas, pero el uso que de ella hagamos depende de nosotros, los adultos. Muchas veces, los padres olvidamos que el televisor tiene dos botones fundamentales, el de prender y el de apagar. Tenemos que ejercer nuestro derecho firme a abrirle o cerrarle la puerta de nuestras casas (y de nuestras mentes) a quienes nosotros decidamos. Así como no dejamos a nuestros niños comer basura, no los dejemos contaminar mentalmente con antivalores peligrosos. La supervisión es posible y es nuestro deber. No temamos en apagar el aparato cuando no es adecuado lo que están pasando: nuestros hijos aprenderán algo muy importante, aprenderán que se puede decir NO cuando uno quiere decir NO. En otros casos, una excelente manera de antagonizar la deformación de valores, es mirar TV juntos, en familia, de una manera activa, comentando y charlando de manera franca y cálida.

La televisión es un arma poderosa que puede ser utilizada racionalmente para favorecernos. Nos ofrece muchísimas cosas buenas. Ejerzamos nuestro derecho a elegir y no dejarnos contaminar con lo que rechazamos.

Del mismo modo, los videojuegos son excelentes herramientas para introducir a los niños en el mundo de las computadoras y para favorecer algunas habilidades. Hay excelentes productos que favorecen la creatividad y estimulan el desarrollo de manera divertida e inteligente. No es necesario elegir los juegos violentos y sangrientos. No es excusa el que nuestros hijos nos los pidan: nuestro deber es enseñarles lo que creemos es lo mejor y ser un buen modelo para ellos.

Características de los niños y adolescentes agresivos

El conocer las características más frecuentes de los niños agresivos nos otorga buenas guías para ayudarlos a encontrar otras maneras de relacionarse con los demás.

Es muy frecuente que estos niños y jóvenes interpreten de manera inadecuada lo que los demás hacen. Suelen tener una franca tendencia a personalizar y pensar que las cosas que suceden a su alrededor se las están haciendo a ellos. Así, cualquier hecho cotidiano puede transformarse en un estímulo para la reacción violenta. Una conversación privada entre dos compañeros pueden hacer pensar al niño agresivo: "están hablando mal de mí", una simple distracción de un amigo puede ser interpretada como "me está dejando de lado a propósito". A sus ojos, su reacción agresiva estuvo plenamente justificada; mientras que para un observador, la reacción parece inmotivada y sin sentido. En los casos en que esto es así, es necesario ayudarlos a modificar su estilo de interpretación de los hechos para disminuir su comportamiento agresivo.

Otra característica de estos niños es que son irritables: su cólera es gatillada por estímulos de menor intensidad que la necesaria para activarla en niños no agresivos. Son "leche hervida": pequeñas cosas hacen que los invada la rabia.


Suelen también tener dificultades para la percepción de sus propias emociones y para la comunicación adecuada. No saben poner en palabras lo que les sucede, y pasan a la acción. La capacidad de autopercepción y de expresión verbal de las emociones es algo que todos los adultos debemos ejercitar y enseñar a los niños. No está mal que se enojen pero deben aprender a expresar su enojo de manera adecuada.

El mito de la "descarga de la agresividad"

Durante algunos años (y aún hoy en día en algunos círculos) se creyó que la expresión violenta de la agresividad no sólo era una.eventualidad normal, sino también deseable y estimulable. Muchas veces escuchamos a bien intencionadas pero equivocadas madres y maestras decir: "lo dejo pegar, porque le hace bien descargarse". Esto es un error. Nuestro deber como adultos es enseñar a los niños vías adecuadas de expresar sus emociones. Pero las vías adecuadas nunca pasan por agredir ni física ni emocionalmente a otro ser humano ni a sí mismo. Nuestros niños deben aprender que todos los sentimientos son lícitos, pero que sus vías de expresión deben modularse de acuerdo al interjuego de derechos de todos los seres humanos, de todas la edades y de todos los sexos. La agresividad no es un impulso en el sentido de una fuerza incontrolable que debemos expresar de todos modos. Es una capacidad innata con la que todos nacemos. Esta capacidad puede ser cultivada y alimentada desde el entorno, con una experiencia que comienza desde la vida intrauterina y que se prolonga durante toda la vida.

Pero así como nacemos con esa capacidad, también tenemos la capacidad de controlar la violencia y de generar vías alternativas más adecuadas de expresión de la cólera. El desarrollo de esta capacidad dependerá en gran medida de la manera en que somos criados, y del balance que en nuestras vidas tengan las fuerzas que favorecen y que desalientan la agresividad.

Muchos niños agresivos carecen de buenas habilidades sociales. No les resulta fácil hacerse amigos o mantenerlos, sin apelar a representar su rol de "matón". Muchas veces es la única manera que tienen, por deficiencias en sus habilidades prosociales, de pertenecer y ser aceptados por un grupo.

Otro déficit típico de los agresivos es el del autocontrol. No desarrollaron la capacidad de pensar antes de actuar, la de diferir una satisfacción. Es necesario ayudarlos para que aprendan esta capacidad para que puedan lograr controlar sus impulsos y así insertarse más adecuadamente en su medio.

Finalmente, estos niños tienen deficientes valores morales prosociales. No han aprendido los conceptos básicos de respeto a determinados derechos, sino que han aprendido otros que jerarquizan el éxito o la satisfacción personal a cualquier precio. Son niños a los que los adultos les hemos enseñado, con palabras y con hechos, que más vale ser salvajemente competitivo que solidario, que ceder en algo es ser un débil, que siempre hay que ganar no importa mucho a qué precio, que los demás siempre quieren embromarnos y demás conceptos tan lamentablemente presentes en nuestra sociedad actual.

¿Hay soluciones?

En función de lo que hemos estado viendo, surge la conclusión de que la agresividad y la violencia están siendo alimentadas desde la sociedad y desde la familia, y es desde allí que deben surgir las acciones tendientes a revertir este fenómeno. Empecemos hoy, y empecemos por mirarnos a nosotros mismos y ver qué tipo de modelo estamos dando. Siempre estamos a tiempo de cambiar.

Puesta de límites

Todos los niños necesitan que los adultos responsables les marquen determinados límites dentro de los cuales pueden moverse con seguridad. Necesitan aprender cómo funciona el mundo y la vida en sociedad, conocer sus leyes y sus códigos de modo que su inserción en el mundo sea más armónica.

La manera en la cual estos límites son puestos influirá de forma muy importante en el desarrollo de ese niño. Su autoconcepto, su nivel de autoestima, su nivel de agresividad, su autocontrol y muchas otras áreas de su personalidad dependerán directamente del estilo de disciplina a que esté sometido.

La puesta de límites es un vehículo por el cual los padres le trasmitimos conceptos y habilidades fundamentales a nuestros hijos.

Un padre/madre cálido, firme, que tiene un estilo adecuado de disciplina enseña sin necesidad de discursos, conceptos tan fundamentales para la vida como que no siempre puede hacerse lo que se tienen ganas, que todos tenemos derechos y que estos deben ser respetados, que debe aprender a tomar decisiones, elegir alternativas y hacerse cargo de las consecuencias, que equivocarse no está prohibido, etc.

El padre o la madre que pone bien los límites sabe que no es perfecto y tampoco exige la perfección en sus hijos. Es alguien que aprendió a aceptar que existen los claros y los oscuros, que no quiere la obediencia servil y eme es un buen modelo para sus hijos porque respeta a todos los seres humanos, incluido su hijo.

La nuestra es una sociedad donde la puesta de límites aún debe mejorarse mucho. Hay un enorme porcentaje de hogares en los cuales la violencia es aceptada, en diversos grados. Nuestra sociedad, en su conjunto, acepta el castigo físico de los niños como una opción válida de educación. "Una buen zapatillazo", "de vez en cuando una paliza bien dada", son sólo algunas de las frases que uno escucha en cualquier lugar, proveniente de madres o padres o abuelos de cualquier clase social.

También es cierto que todos nos preocupamos por el incremento de la agresividad y la violencia en los más jóvenes.

Una de las maneras de lograr prevenir la agresividad, los déficits en el autocontrol y la conducta responsable, es a través del estilo de disciplina que utilicemos. Ningún padre o madre nace sabiendo cómo serlo. Vamos aprendiendo en la marcha, haciendo camino al andar, repitiendo modelos que no siempre son los mejores.

Lo que siguen son sólo guías para la reflexión y creación personal y familiar.

Objetivos de la puesta de límites

Empecemos por preguntarnos qué debemos pedir de un estilo de disciplina. ¿Lograr que los niños se comporten como muñequitos a control remoto? ¿Lograr ser sus amigos más que padres, y permitir que expresen lo que les dicte su deseo? Ni una cosa, ni la otra. Somos padres y tenemos la gigantesca responsabilidad de educar a otros seres humanos, con los cuales nos une una particular relación afectiva. Pero son otro ser humano, diferente a nosotros aunque se nos parezca y que tiene el derecho de tener padres que le enseñen las reglas de la vida en un contexto de cariño y firmeza que le permitan desarrollarse saludablemente.

Un estilo de disciplina adecuado debe lograr que los niños aprendan a ser responsables de su propio comportamiento, sin necesitar una figura punitiva al lado que los controle. No sirve que los niños se queden quietitos porque los estamos mirando con mirada amenazante. En cuanto nos vayamos harán lo que no deben. Asustándolos, amenazándolos, no desarrollamos su autocontrol.

Tenemos que encontrar la manera en que hagan lo que deben como una elección personal. Es una muy buena cosa que puedan tomar sus propias decisiones, sobre la base de la anticipación de las consecuencias que su conducta puede traerle.

Cuando ponemos límites a nuestros hijos, no es para lograr dormir la siesta un domingo ni para quedar como reyes delante de nuestros amigos, sino para enseñarle el orden natural de los sucesos en la vida. Un niño que crece creyendo que puede hacer lo que quiere, no va a poder funcionar bien en el mundo de verdad. Se transforman en "tiranos de pies de barro": parecen muy fuertes en la casa en donde sus deseos son órdenes, pero se "derriten" en el mundo de verdad en donde hay que aprender a negociar y a defender adecuadamente nuestros derechos y donde, muchas veces, nuestros deseos quedan postergados.

DEBEMOS TENER EN CUENTA LA ETAPA DEL DESARROLLO EN QUE ESTA NUESTRO HIJO

-Una primera regla de oro es que no podemos esperar del niño algo para lo que aún no está preparado, o que va contra las características de la etapa que está atravesando. Seguramente a ninguno de nosotros se le ocurriría esperar que un bebé de tres meses hable. Sabemos que no lo puede hacer por que no llegó al nivel de desarrollo suficiente. Con otros tipos de conducta los padres no somos tan racionales, y a veces exigimos de nuestros niños conductas que no están prontos para emitir. No podemos esperar que un lactante adquiera el control esfinteriano porque es verano o porque estamos de vacaciones sino cuando esté fisiológica y cognitivamente maduro para hacerlo. De la misma manera, sería poco realista esperar que un pre-escolar no fuera para nada agresivo, o que un adolescente tuviera una adhesión irrestricta a nuestro estilo de pensar y hacer. Es decir entonces que es necesario conocer las características de la etapa en que está nuestro hijo para poder entender mejor el significado de su comportamiento, y poder tener expectativas realistas.

EL VAPULEADO CONCEPTO DE AUTORIDAD

- La familia, como todo grupo humano, tiene roles diferentes con funciones diferentes. En una familia que tiene un funcionamiento sano, estos roles van teniendo modificaciones que acompañan la evolución de sus integrantes: aparecen nuevos miembros; los que están, crecen, maduran, adquieren nuevos derechos. Sin embargo esta flexibilidad deseable debe construirse sobre algunas bases estables, como lo es sobre quien está depositada la autoridad. Y en esto no pueden haber dudas jamás: la autoridad es una función parental. Autoridad que marca rumbos y que da seguridad. No esa autoridad que es autoritarismo, violenta, arbitraria, irrespetuosa, que busca obediencias ciegas, sino autoridad firme, cálida, cargada de valores democráticos: la búsqueda permanente de la justicia y del respeto de los derechos individuales... aun de los niños.

A veces confundimos poder con autoridad. El poder es algo que depende de nuestra transitoria situación jerárquica superior como padres. A medida que el hijo se va independizando, el poder se va perdiendo. La autoridad es un mito, que se elabora sutilmente, desde etapas muy precoces y que perdura más allá del poder.

Cumplir con la palabra dada, en la buenas y en las malas; no apelar a terceros para lograr lo que nosotros queremos ("cuando venga tu padre le voy a contar","¿y si le cuento a la maestra?", etc.) son algunas de las formas que ayudan a elaborar el concepto de autoridad.

Un niño que va aprendiendo lo que es la autoridad en su hogar, luego puede reconocerla y aceptarla en sus maestros y en las normas sociales de convivencia.

Padres autoritarios tienen hijos débiles o que aprenden a transgredir las normas. Padres con autoridad bien ejercida tendrán hijos que sabrán respetar y hacerse respetar.

ENTENDER NO SIGNIFICA PERMITIR

- Muchas veces podemos comprender los motivos por los cuales un niño se está comportando de manera indeseable. Puede que teniendo una rabieta quiera llamar la atención en un momento en que su hermano concita el interés familiar, o puede ser que le pegue a su madre porque está muy triste. Es muy importante tratar de entender por qué un niño hace lo que hace, pero encontrarle una explicación no significa que debemos permitir o estimular que exprese sus muy legítimas emociones de una manera inadecuada. Entender sirve para ayudarlo a conocer sus emociones y a expresarlas de la manera adecuada. No está nial estar triste, ni celoso ni enojado. Es muy bueno aprender a percibir y a permitirnos todas las emociones. Pero también es imprescindible aprender a expresarlas adaptativamente. Es decir, que aunque entendamos por qué un niño está haciendo lo que está haciendo, nuestra obligación es limitar lo inadecuado y enseñarle la manera adecuada de expresarse.

EL ETIQUETADO

- Es una tendencia muy frecuente el etiquetar a los niños por su comportamiento: si se le cae el vaso es un torpe, si dejó la ropa tirada es un desprolijo, si no supo atender el teléfono es un inútil. Es bueno recordar que, lo que el niño hace, no es lo que el niño es.

El concepto que el niño se va formando de sí mismo, desde etapas muy precoces, depende en gran medida de la imagen propia que ve reflejada en las personas significativas de su entorno. Lo que pensamos que es, lo que le decimos que es, influirá de manera importante en lo que finalmente sea. Si lo "etiquetamos", le estamos diciendo que eso es y será así, que no se puede cambiar. La etiqueta trae implícito el concepto de inmutabilidad.

Sería bueno, entonces, tratar de modificar esta tendencia al etiquetado que trae consecuencias concretas tan nefastas en el autoconcepto y que obstaculiza tan claramente la posibilidad de cambio. Aprender por ejemplo a pedir que ordenen el cuarto sin etiquetar de "desordenados", a crear el hábito del baño sin etiquetar de "sucios", etc.

LAS EXPLOSIONES EMOCIONALES

- Idealmente, la puesta de límites debe ser hecha en un buen estado de ánimo. No es necesario estar furiosos ni desesperados. Esto se vuelve más posible si tomamos los "errores" de los niños como eso, exactamente: como errores esperables en todo proceso de aprendizaje, errores que debemos ayudar a que se corrijan. Si por el contrario, interpretamos los errores como actos voluntarios dirigidos en nuestra contra ("me rompió 2 platos", "no me hizo caso", "me trajo malas notas"), reaccionamos emocionalmente de acuerdo a estas interpretaciones y es entonces que nos ponemos furiosos, nos desbordamos y la supuesta "puesta de límites" se transforma en una descarga violenta de nuestras emociones, que pierde de vista objetivos y métodos.

Totalmente nefasta es la costumbre de "dejar pasar" una y otra vez cosas que nos molestan o que consideramos incorrectas. Puede ser una postura activamente permisiva o una actitud cómoda o aun negligente. El problema se complica cuando en la enorme mayoría de los casos, esa persona que no reaccionaba "explota" y descarga todas sus emociones en una crisis de la cual el niño es la víctima.

LOS INGREDIENTES PRINCIPALES: COHERENCIA Y FIRMEZA

La coherencia debe conseguirse en primer lugar con nosotros mismos: lo que pedimos debe ser coherente con nuestros valores, con nuestra forma de pensar y de actuar. Nuestros límites no pueden variar dependiendo de nuestro estado de ánimo, nuestro cansancio o la presencia de algún extraño.

Es buena cosa, asimismo, que exista una coherencia básica entre todos los responsables de ponerle limites al niño. Esto no significa que madre y padre se transformen en robots idénticos, pero si que se compartan los objetivos y las reglas básicas. A veces esto se complica cuando son más las personas responsables: abuelas, empleadas. Convencerlas de que forman parte de un equipo que busca lo mejor para el desarrollo del niño es un buen paso previo para que acepten sugerencias.

La firmeza va de la mano con la coherencia: si estamos convencidos de algo, lo mantenemos no importa a cuánta presión estemos sometidos.

Un niño sometido a puesta de límites coherentes y firmes es un niño que sabe qué es lo que puede esperar, que siente seguridad en su entorno. De esta manera puede anticipar, pueda prever las consecuencias lógicas que su conducta le va a traer y crece con la invalorable sensación de saber lo que está pasando.

ESTIMULAR LO ADECUADO MAS QUE CASTIGAR LO INADECUADO

A "portarse bien" se aprende. No es algo que se traiga incorporado de nacimiento. No comerse las frutillas de arriba de la torta, ni ponerse a cantar fuerte si nos aburrimos en una ceremonia son cosas que hay aprender y, a veces, con mucho esfuerzo.

Como todo aprendizaje, se rige por algunas leyes que están bien estudiadas, en las cuales no nos detendremos ahora. Digamos sí que un niño que aprende que con su conducta inadecuada consigue lo que quiere seguirá manifestando la conducta equivocada. Por ejemplo: niños que consiguen lo que quieren con rabietas, o con malos modos o amenazas; o niños a los cuales no se les presta ninguna atención cuando hacen las cosas bien y se les atiende solamente cuando hay que rezongarlos.

Tenemos que acostumbrarnos a violar esa tendencia natural que tenemos los padres uruguayos de ser "inspectores de errores y defectos", y aprender a detectar lo que hacen razonablemente bien y hacerlo notar. ¿No es más frecuente que rezonguemos con el desorden del placar que que felicitemos porque el placar está dentro de lo aceptable? Un padre/madre que aprende a prestar atención a lo positivo y a estimularlo adecuadamente, tendrá un hijo más seguro de sí mismo, con mejor autoestima y que, además, será más receptivo cuando sea necesario señalarle alguna conducta inconveniente. Un padre/madre rezongón, censor perpetuo, detector de fallas y errores tendrá un hijo temeroso, inseguro, con baja autoestima, resentido, que pronto empezará a hacer "oídos sordos" frente a la habitual monserga paterna o materna.

HABLEMOS CLARO

Es muy importante que a los niños les quede claro qué es lo que se espera de ellos. Para lograrlo primero es necesario que nosotros lo tengamos claro, y luego que sepamos expresarlo adecuadamente.

Frases del tipo "Pórtate bien", no significan nada: probablemente portarse bien para los adultos sea bien diferente de lo que puede ser para un niño. Sustituyamos esas exhortaciones vagas por otras claras y comprensibles: "no le pegues a tu hermano", "no subas con zapatos a la cama", "lleva tu plato a la cocina cuando termines".

Otra manera de pedir equivocada es la de hacer preguntas en lugar de decir lo que queremos. Por ejemplo, todos alguna vez habremos dicho: ¿en qué idioma tengo que decirte que no pises la toalla?, o ¿cuántas veces te tengo que decir que ordenes tu cuarto? Lo que queremos no es que nos respondan esas preguntas, pero si las hacemos nos exponemos a que lo hagan, sin haber conseguido lo que realmente queríamos.

Logremos un estilo de comunicación franco, claro, conciso y razonable.

EL CASTIGO VIOLENTO

Ya vimos cómo el castigo violento es una realidad en nuestra sociedad. Expresamente vamos a dejar de lado aquí todas las consideraciones éticas que el tema merece, y vamos a detenernos en el lado técnico del asunto. Desde este punto de vista, la utilización del castigo violento tiene muchas desventajas.

Si bien es cierto que el castigo violento suprime en lo inmediato la conducta castigada, no cumple con el verdadero objetivo de la puesta de límites: no enseña cuál es la conducta adecuada que debería sustituirla.

La persona que aplica castigos violentos rápidamente es asociada emocionalmente con el castigo y su sola presencia, a veces, sirve para que el niño "se porte bien". Claro que, cuando no está presente, todo vuelve al punto cero, porque el niño no aprendió a portarse bien, sino a evitar el castigo violento. Cuando éste no es una amenaza real, el niño no ha incorporado nada bueno para sustituir lo que no queremos que haga. Niños acostumbrados a ser controlados por el castigo se transforman en seres que necesitan siempre un control externo a ellos que los controle ya que no desarrollan sus propios controles.

El castigo violento le enseña al niño un modelo violento de reacción. Niños castigados son niños que responden de manera agresiva frente a frustraciones y dificultades.

El castigo violento produce muchas consecuencias emocionales indeseables en el niño: resentimiento, humillación, baja autoestima, miedo, rabia, tristeza. ¿Estamos dispuestos a pagar ese altísimo precio?

EL LÍMITE NO VIOLENTO

Tenemos que ser realistas. Difícilmente no nos encontremos en la situación de tener que lograr que un niño disminuya o abandone determinada conducta. ¿Qué hacer entonces? Siempre que podamos tratemos de estimular una conducta que sea incompatible con la que queremos eliminar. Por ejemplo: un niño de 3 años acaba de tener un herrnanito y está acusando recibo de todo el tiempo que el herrnanito le está "robando". Así, cuando su mamá se ocupa del bebé, él hace todo tipo de desastre intentando recuperar la atención perdida. Una buena estrategia para solucionar esta situación es ponerlo en un rol activo y colaborador con la tarea que le signifique atención por conductas adaptadas. No sólo es pedirle que alcance el aceite o el toallón, también vamos a charlarle mientras hacemos cosas, lo estimularemos a interactuar él también con el bebé, y a descubrir lo bueno que puede ser tener un hermano. Y al terminar, es bueno que encuentre una consecuencia directa placentera:"me ayudaste tan bien que terminé más rápido y nos quedó tiempo para leer un cuento". De esta manera no hubo castigo, la relación mejoró y el inconveniente quedó superado.

Otras veces es posible lograr que una conducta disminuya por el sólo hecho de no prestarle atención. Si somos conscientes que nuestro hijo está gritando desde su cuarto sólo para lograr que nosotros intervengamos en un conflicto con sus hermanos, lo más adecuado será hacer caso omiso a los gritos. En un tiempo determinado (que dependerá de cuantas veces antes hicimos caso a sus gritos) aprenderá que los gritos no son eficaces para solicitar nuestra atención .

Hay otro método útil y eficaz de enseñarles á los niños a corregir algunas conductas. Se llama "método de las consecuencias lógicas". Se refiere a que sean las consecuencias lógicas de su conducta lo que le demuestre al niño que deberá cambiar la próxima vez. Si no cumplió con los deberes que la maestra pidió, es más útil que la vida le demuestre que eso le trae malas consecuencias (nota baja, utilización del recreo para hacer el deber) que obligarlo nosotros a hacerlos, con la ansiedad y enojo mutuo que ello implica. Sufriendo las consecuencias lógicas se logra desarrollar el autocontrol y la responsabilidad por las propios actos.

Existen otras situaciones y otros métodos que exceden el objetivo de este sitio, pero que probablemente sean tema del próximo. Recomendamos a los padres lecturas, grupos de orientación, "escuelas para padres" o consultas especializadas para obtener las respuestas a sus preguntas. Vale la pena buscar alternativas para lograr que nuestros hijos sean personas responsables, con sentido de la dignidad personal, respetuosas de los derechos propios y ajenos, integrados felizmente en una familia armónica para el mejoramiento de la sociedad en que les ha tocado vivir.

EL APRENDIZAJE Y SUS DIFICULTADES

Una fuente muy importante de estrés familiar es que un niño no rinda en la escuela al nivel que se espera que lo haga. Muchas ideas, emociones y conductas en los padres se van encadenando: "es un haragán", "la maestra le tiene rabia", "es poco inteligente igual que yo", culpa, tristeza, enojo con el niño, con la maestra, con la escuela, penitencias, amenazas, premios... El niño no sólo debe sufrir su "fracaso" escolar sino, también, la repercusión familiar que esta dificultad tiene. No debería sorprendernos entonces que Este sea uno de los motivos de consulta más frecuente en psiquiatría de niños.

Empecemos el abordaje de este tema asomándonos al proceso normal del aprendizaje.

¿ Qué se necesita para aprender?

La lectura, la escritura y el cálculo son logros muy complejos. Nuestro cerebro no tiene estas habilidades programadas a priori, sino que debe aprenderlas a través de una instrucción específica. Para lograrlo se conforma habitualmente un triángulo de protagonistas que está integrado por el niño, la escuela y la familia, cada uno de los cuales tiene sus características y sus necesidades.

Capacidades necesarias en el niño

a) Posibilidad de percepción adecuada:

El niño debe ser capaz de poder ver, oír y percibir adecuadamente todos los estímulos necesarios.

b) Posibilidad de prestar la atención necesaria:

El niño debe poder atender adecuadamente a lo relevante de una situación y no distraerse con estímulos accesorios y mantener la atención durante lapsos tan prolongados como sea necesario. (Profundizaremos este tema en el capítulo de Déficits atencionales)

c) Capacidad de retener en la memoria:

Una vez que incorpora la información, debe ser capaz de almacenarla y poder evocarla cuando sea necesario, a corto y a largo plazo.

d) Capacidad de pensar de acuerdo a los requerimientos del curso:

Para poder aprender es necesario tener un pensamiento coherente e integrado que permita entender la realidad de una manera compartible.

Además, el pensamiento deberá tener cualidades especiales que se van adquiriendo por etapas a través del desarrollo cdgnitivo normal. A estas etapas los niños no llegan todos a la. misma vez, sino en diferentes momentos. Es un complejísimo y prolongado proceso que se da en etapas que se suceden unas a otras. Cada niño atraviesa estas etapas en diferentes momentos y a diferente velocidad. Los cursos curriculares siguen, entre otras cosas, esta secuencia en la manera de organizar la instrucción.

d) La inteligencia:

Aún hoy no tenemos una definición umversalmente aceptada de lo que es la inteligencia. Desde el punto de vista práctico lo que técnicos, maestros y padres tenemos para evaluarla son los test que miden la inteligencia. Y en esto hay que ser muy claros y cuidadosos. Lo que estas pruebas miden, el famoso numerito de cociente intelectual (CI), es una muestra del rendimiento intelectual en un determinado momento. Este rendimiento puede estar influenciado por múltiples variables que nada tiene que ver con la supuesta inteligencia del niño: causas emocionales, lingüísticas, culturales, de interacción con el entrevistador, etc. El cociente intelectual entonces no nos estáhablando de una capacidad innata e inamovible. Sus resultados pueden cambiar a lo largo de la vida. Es un dato más, que si se sabe interpretar en su justa medida nos da información útil. Pero no puede ser utilizado para etiquetar a ningún niño en un sentido ni en otro. Ni es poco inteligente alguien porque en un test el cociente le dio bajo, ni es superdotado el que le dio alto. Muchas otras variables intervienen en el tema del aprendizaje y del rendimiento. Todos conocemos chicos con un CI bajo que, con un entorno adecuado, se han desarrollado como personas muy capaces, y también conocemos la inversa: promesas basadas en un CI alto que no logran acompasarlo con dedicación, ni esfuerzo, ni contracción a determinados objetivos, siendo los logros finales muy diferentes a los que hubiera podido suponerse.

f) Correcto desempeño psicomotriz:

La capacidad de percibir y utilizar su cuerpo en el espacio, de proyectarse y proyectar formas, de poder controlar sus funciones psicomotrices en un complejo interjuego de liberación e inhibición son imprescindibles para poder entender y moverse conceptualmente.

g) El lenguaje:

La capacidad de entender y expresarse adecuadamente es un requerimiento fundamental para que el aprendizaje no se vea interferido.

h) El deseo de aprender:

Para que el niño esté motivado a aprender y rendir bien intervienen muchos factores que dependen de él, de su familia^v de sus maestros. Hay niños que son más exploradores que otros, que tienen más iniciativa, que disfrutan más el saber. Seguramente influye mucho en esto la actitud familiar hacia al aprendizaje, los mensajes que inadvertida o conscientemente les damos en relación a lo que significa a nivel familiar. A veces encontramos padres que desvalorizan el aprendizaje curricular a expensas de una hipervaloración de lo que podemos llamar "la escuela de la calle" ("Mírame a mí: no pasé de tercer año y bien que me arreglo en la vida") o porque están desalentados con las consecuencias económicas de una vida de estudio ("¿De qué me valió estudiar tanto si ahora no gano ni para mantenerme?"). Debemos recordar que en las primeras etapas la motivación para aprender siempre es fundamentalmente externa; es decir, que el niño aprende para complacer las expectativas de otros significativos en su vida: maestros, padres. Hacen las cosas bien para "sacar buena nota", no porque valoren el conocimiento en sí mismo. Es tardíamente en el desarrollo que puede accederse a la motivación interna para el aprendizaje: aprender porque da placer saber. Es así que es muy importante en los primeros años fundamentalmente que el niño obtenga la repercusión esperada de su esfuerzo: que vea que el entorno valora lo que él hace, sea en forma de buenas notas, o sea en forma de atención, preocupación y alegría por la tarea realizada.

El deseo de aprender también está relacionado con el grado de continuidad que exista entre los estilos y valores familiares con los escolares. Si existe una comunicación e identificación entre ambos, el aprendizaje se producirá de manera más armónica.

i) Posibilidad psicológica de aprender:

Un niño que esté soportando niveles excesivos de estrés de cualquier origen, o que esté deprimido, por ejemplo, podrá tener un cociente intelectual muy alto, puede tener indemnidad perceptiva, pero no tendrá la posibilidad de poner la energía psicológica suficiente en un proceso tan complejo como el del aprendizaje.

Es necesario asimismo que estén cursando adecuadamente el desarrollo social y su camino a la independencia. Deben ser capaces de separarse de susjaadres, de relacionarse con confianza con otros adultos y de interactuar adecuadamente con los pares.

La imposibilidad de aprender o una disminución en el rendimiento son, muchas veces, los indicadores de que algo está pasando a nivel psicológico con ese niño.

j) Posibilidad física de aprender:

El aprendizaje consume también energía física. Un niño subalimentado, con carencias de nutrientes básicos no puede aprender adecuadamente. Lo mismo se aplica para un niño que no duerme lo suficiente.

La escuela

No existe la escuela ideal. Lo que existe es la escuela que mejor se adapta a las necesidades de ese niño y de esa familia. En algunas ocasiones lo indicado es el doble horario, en otros casos no; a veces recomendamos el bilingüismo y en otros casos lo contraindicamos; algunas veces estimulamos la elección de escuelas diferentes para los hermanos, etc., etc.

Considero que algo a tener en cuenta cuando los padres eligen una escuela para sus hijos, es que consideren no solamente lo académico, sino también el tipo de formación a nivel humano que recibirá su hijo. Si bien es cierto que lo fundamental se recibe en el hogar, no es menos cierto que la influencia que a nivel formativo se recibe en la escuela es muy grande. Allí pasan muchas horas, situaciones fundamentales para su desarrollo se resuelven en el ámbito escolar y conceptos claves se aprenden con ellas. Los amigos del niño van a provenir de allí, sus puntos de referencia social van a ser los de la escuela; y es muy importante que los padres estemos sintónicos con todos estos aspectos de modo de evitar conflictos difíciles de solucionar.

los padres

Es fundamental que los padres puedan apoyar realmente el proceso de enseñanza-aprendizaje, y con esto decimos mucho más que proveerlos de cuadernos y lápices, o de ayudarlos en los deberes. Deben ser capaces en primer lugar de separarse del niño, respetarle la autonomía y poder delegar su cuidado y formación por algunas horas en la escuela. Esto no resulta muy fácil para algunos padres, que viven el crecimiento de su hijo como una pérdida que les causa mucho dolor. Si no están atentos a estas emociones, pueden interferir, a veces sin darse cuenta, con todas aquellas conductas de su hijo que involucren un paso hacia la autonomía y el crecimiento, incluido el aprendizaje escolar.

Es necesario también que puedan estimular adecuadamente el deseo de aprender. Aveces vemos padres que no estimulan nada, y otros que estimulan demasiado. Tanto la sub como la sobre-estimulación pueden ahogar el entusiasmo infantil por aprender.

A veces no resulta fácil saber qué ni cuánto exigir de un niño. Frecuentemente se confunden medios con logros y se termina exigiendo sólo un buen resultado (un éxito, una buena nota). Resultaría mucho más formativo desde el punto de vista emocional, no olvidarse de estimular el medio, el proceso por el cual se llega al resultado, poniendo especial énfasis en el esfuerzo realizado.

Dificultades en el aprendizaje

Causas de la dificultad para aprender

Muchas son las causas por las cuales un niño puede no aprender lo que de él se espera. Estas causas pueden provenir de el mismo niño, o de la escuela o del ámbito familiar.

A) Causas provenientes del niño

Existen lo que llamamos dificultades específicas del aprendizaje, que dan cuenta de determinado porcentaje de niños que tienen dificultades para aprender. Representan un amplio grupo de déficits cognitivos que se presume que son constitucionales y determinados neurológicamente.

Ellos son la dificultad específica en la lectura (o dislexia), en la escritura, o en el cálculo matemático (discalculia). Muy frecuentemente se ven juntas.

La dislexia es la dificultad específica para la adquisición de la lectura: la precisión,velocidad y la comprensión están sustancialmente por debajo de lo esperado para la edad,para la inteligencia y para lo que se le ha enseñado. La lectura se hace con distorsiones, omisiones, y tanto la lectura en voz alta como en voz baja es muy lenta y con baja comprensión.

La discalculia puede expresarse por no entenderlos términos, operaciones o conceptos matemáticos, no reconocer símbolos numéricos o signos aritméticos, no poder seguir las secuencias matemáticas, o contar o aprender las tablas.

En el trastorno específico de la escritura existen generalmente una combinación de dificultades en la habilidad de componer textos escritos evidenciado por errores gramaticales o de puntuación, múltiples errores ortográficos y muy mala caligrafía.

Generalmente es un trastorno que se da en varios miembros de una misma familia, ya que existe una fuerte influencia genética.

Estas afecciones se sospechan clínicamente y se diagnostican a través de evaluaciones pedagógicas especializadas. Si se hace un diagnóstico precoz y una reeducación pedagógica adecuada y a tiempo, la evolución es favorable.

Además del tratamiento específico, los padres necesitan ayuda para manejar lo mejor posible la desilusión, la rabia y la culpa que las dificultades de su hijo puede legítimamente provocarles.

Ayudar a los padresy al niño a mantener la autoestima es el desafío mayor del tratamiento. Estimular al niño a que desarrolle otro tipo de actividades en las cuales pueda ser competente y semejante a los demás y aun experimentar éxito, suele ser un muy buen recurso para lograrlo.

Las causas más frecuentes de dificultad o fracaso en el aprendizaje son las que llamamos inespecíficas porque son secundarias a otro tipo de trastorno. Incluimos aquí a aquellas dificultades de aprendizaje secundarias a trastornos emocionales.

La baja en el rendimiento o la dificultad para aprender a veces está señalando una dificultad emocional del niño. Ya vimos cómo, para poder aprender, el niño necesita tener la posibilidad psicológica de hacerlo. Cuando el niño tiene una preocupación extra muy grande o algún trastorno psicológico, es como si la energía psicológica necesaria para el aprendizaje estuviera siendo consumida por estos procesos. De hecho, la repercusión en el aprendizaje se ve precozmente cuando existe un sufrimiento psicológico. Con frecuencia el motivo de consulta es la dificultad escolar, y el psiquiatra, luego de una correcta historia y evaluación clínica detecta que lo que está en curso es una afección psicológica, como puede ser un trastorno por ansiedad o uña depresión, de la cual la dificultad para aprender es sólo uno de los síntomas.

En otros casos, lo que el niño tiene es alguno de los llamados Trastornos disruptivos. Estos son trastornos que se manifiestan en la conducta del niño y que pueden tener muchas formas de expresión: inquietud excesiva, conducta oposicionista o desafiante, violación a las normas, etc. Por su frecuencia y por su importancia vamos a detenernos en el Trastorno por déficit atencional / hiperactividad (próximo capítulo).

B) Causas provenientes de la escuela

Causas de la inadaptación se encuentran tanto en el aspecto formal de la escolaridad como en el contenido de lo que se enseña.

Diferentes niños funcionan diferente en relación al ritmo de enseñanza distribuido en el tiempo. Algunos toleran muy bien un régimen cargado de materias y exigencias, mientras que otros no pueden rendir porque, para ellos, eso significa una sobrecarga que no pueden manejar.

No todos los niños tienen la misma facilidad para las diferentes materias, y progresan a diferente ritmo unos de otros. Una escuela que respete y reconozca estas diferencias, podrá ir acompasando lo que se enseña a las necesidades de cada uno, sin suponer equivocadamente que se está enseñando a un hipotético e inexistente "niño promedio".

Una escuela que atienda a promover un clima adecuado de enseñanza deberá ejercer una presión que no resulte excesiva ni que resulte en una competitividad salvaje entre los alumnos. Su contrapartida tampoco es deseable: no queremos escuelas permisivas y de baja exigencia que dejen a los niños desperdiciar sus potencialidades.

Lograr la motivación sana, la autosuperación, la disciplina y el entrenamiento en el esfuerzo en un clima cordial y de respeto por las diferencias es algo a pedirle a la escuela.

C) Causas provenientes de la familia o entorno social

La familia debe ser el continente natural del desarrollo del niño en todas sus dimensiones incluido el académico.

Es importante un clima familiar sano, calmo y que valorice el aprendizaje.

Niños procedentes de hogares caóticos, empobrecidos económica y culturalmente, donde no se valoriza el conocimiento estarán en muy malas condiciones para aprender.

La madre debe poder aceptar la competencia fuerte que significa la maestra y la escuela, y tomarlos como ingredientes que ayudan a crecer a su hijo.

La familia debe ser capaz de apoyar el proceso de enseñanza - aprendizaje cálidamente y sin someter al niño a presiones exageradas de rendimiento competitivo. Es importante que los padres recuerden que sus hijos son bastante más que alumnos, y que si bien todos deseamos uruguayitos ilustrados también los queremos sanos y felices.

Estas causas no son excluyentes entre sí. Por lo general se asocian varias causas de diferente intensidad y peso específico. A todas las implicadas habrá que atender para sacar al niño de la situación de dificultad en la que se encuentra.

La dificultad para aprender trae por lo general consecuencias emocionales indeseables, tanto en el niño como en su familia. Con demasiada frecuencia vemos niños y padres con una muy baja autoestima como resultado de la baja performance escolar. Siempre debemos atender a este tipo de consecuencia emocional en el tratamiento de estos niños, para no correr el riesgo de que aunque le corrijamos los aspectos pedagógicos él siga pensando que "no puede."

Este es un tema muy vasto que prometemos ampliar y profundizar en el futuro. Mientras tanto, atendamos dos temas especiales. El primero de ellos es el tema de los ADD/H: los niños con déficit atencional/hiperactividad, que tantos dolores de cabeza se causan a sí mismos, a sus padres y a sus maestros y que son tan frecuentes. Finalmente, un tema que me preocupa por su impacto en la vida cotidiana de las familias uruguayas: los deberes escolares.

E L NIÑO HIPERACTIVO Y CON DÉFICIT ATENCIONAL

"Déficit atencional/hiperactividad" (DA/H) es el término más reciente para un trastorno específico del desarrollo que puede verse tanto en niños como en adultos y que se caracteriza por dificultad para mantener la atención, para controlar los impulsos y para regular el nivel de actividad de acuerdo a lo que es adecuado, en diferentes situaciones. Antes se lo llamaba síndrome del niño hiperactivo y también disfunción cerebral mínima.

Es un cuadro bastante frecuente: 5 de cada 100 niños lo presentan. Es mucho más frecuente en varones que en niñas, y si bien se ve en todas las razas y grupos sociales se pone más en evidencia en niños que están en situaciones de mayor exigencia curricular.

¿Cómo son los niños con DA/H?

Estos niños tiene algunas características típicas que les trae bastante problemas a ellos, sus padres y sus maestros. Son niños generalmente inteligentes, pero que rinden poco porque no pueden ajustarse a los requerimientos de la enseñanza tradicional: se paran, van y vienen, no se concentran, se apuran para hacer las cosas por lo que el resultado es peor de lo esperado, entre otros problemas característicos.

Una de las dificultades centrales es su dificultad para mantener la atención y sobretodo para persistir en tareas que requieran esfuerzo o que son repetidas y poco interesantes para ellos. Algunos de estos chicos no se pueden concentrar en nada, ni en jugar y saltan de una actividad a la otra. Otros manifiestan la dificultad solamente cuando tienen que hacer trabajos que les interesan poco, o que son muy largos o que los aburre o les requiere un esfuerzo especial. Pueden empezar algo novedoso con entusiasmo pero no persisten y es muy frecuente que sus cuadernos tengan muchas tareas sin terminar.

Otra de sus características es la dificultad para controlar los impulsos y para postergar la gratificación. Típicamente son "atropellados": actúan antes de pensar. Como consecuencia, no logran esperar turno en los juegos ni en las conversaciones, no pueden dejar para después algo que quieren ahora, ni pueden aguantarse de hacer algo que quieren como pararse, pegar o comerse algo sólo porque la situación así lo demanda. Consecuentemente invaden y distorsionan el juego de sus pares hasta que terminan siendo rechazados. Para sus padres es muy difícil ir con ellos a un restorán, a una iglesia o de visita o a un teatro.

Algo que no siempre está presente, pero que cuando está es muy notoria es la hiperactividad. Despliegan una actividad excesiva, irrelevante para la tarea. Estos niños típicamente se están moviendo todo el tiempo, son inquietos, están siempre "con el motor prendido" y hablan mucho. Despliegan excesivos movimientos que no son necesarios para la tarea, como bailoteo de pies y piernas, toqueteo de objetos, tamborileo sobre la mesa, se hamacan y cambian varias veces de posición mientras hacen algo.

Es bastante típico de estos niños que se paren muchas veces durante la clase o durante otras actividades en las cuales deberían permanecer sentados.

Hay una característica que es muy importante para conocer e interpretar adecuadamente a estos niños: su comportamiento no es igual en todas las situaciones. Por ejemplo, es típico que los padres digan:"no presta atención en la escuela, ni puede quedarse quieto en una clase, pero cuando juega con los video-juegos o cuando mira TV, bien que se concentra". Esto tiene una explicación clara: estos niños corrigen su dificultad en situaciones muy novedosas o con estímulos muy fuertes y en situaciones "uno a uno " como son la de estar frente a una pantalla. Las situaciones más problemáticas son las grupales, las repetitivas, las muy conocidas y las poco interesantes porque los estímulos son muy débiles para lograr mantener la atención en un niño con déficit atencional.

Asociado a estas características está la dificultad para seguir reglas. Los niños con DA/H tienen dificultades para seguir instrucciones paso a paso, particularmente cuando no tienen supervisión. Esto no es debido a que no entiendan el lenguaje ni es porque sean rebeldes. Sencillamente parece que las instrucciones verbales no pueden regular fácilmente su conducta.

Todo esto trae como consecuencia que generalmente no tengan buenas estrategias de trabajo y que les cueste mucho organizarse para hacer algo.

Estos niños típicamente tienen amplias variaciones en la calidad y en la velocidad con la cual hacen las tareas asignadas. Esto hace que tengan un rendimiento escolar muy variable, y que los padres y maestros se confundan ya que hay días en que lo saben todo y días en que no saben nada.

Un grupo considerable de estos niños tiene, además, alguna dificultad específica en el aprendizaje -dislexia, por ejemplo-, o dificultades psicomotrices o del lenguaje.

A estas características típicas del síndrome, tenemos que agregar otras que surgen como consecuencia de su experiencia en la vida. Son las consecuencias emocionales negativas (tristeza, baja autoestima) que resultan de la comprensible reacción del entorno hacia ellos. Recordemos que son niños que rinden muy por debajo de sus posibilidades en la escuela, que suelen ser una distorsión en el grupo, que no son muy aceptados por los pares, que son atropellados y a veces torpes por lo cual no son infrecuentes los accidentes, que pierden sus útiles, que son desorganizados y desprolijos y que, a veces, les cuesta especialmente escribir y leer. No es difícil suponer entonces que estos niños suelen ser muy señalados por los adultos vayan donde vayan, son rezongados, nombrados, puestos en penitencia y rápidamente adquieren fama de terribles. Toda esta realidad, sumada a las repetidas experiencias de fracaso hace que el entorno sufra mucho, pero sin duda quien más sufre es el niño.

El inicio de la sintomatología suele ser precoz. Muchos de estos niños tienen los síntomas desde que son muy chiquitos. Algunos papas cuentan que desde bebés era notorio que este hijo dormía menos y era más activo que los demás. En otros casos los síntomas empiezan a hacerse evidentes a partir del año o en la etapa pre-escolar, pero siempre antes de los 7 años. El curso del trastorno es relativamente crónico. La mayor parte de los niños con DA/H van a manifestar síntomas hasta la adolescencia, a pesar de que los síntomas más característicos van mejorando con la edad. No pasa lo mismo, sin embargo, con las consecuencias emocionales negativas que tienden a empeorar con el tiempo, si no se interviene adecuadamente.

Cada caso de DA/H es diferente ya que todos los individuos somos diferentes y los síntomas típicos se combinan con los rasgos temperamentales propios, con estilos diferentes de acción y con rasgos culturales y familiares distintos en cada caso.

¿Cuáles son las causas?

El DA/H tiene una fuerte base biológica y es probable que en muchos casos sea heredado. En algunos casos puede estar asociado con complicaciones del embarazo y del parto. En unos pocos casos surge como consecuencia directa de enfermedad o traumatismos del sistema nervioso central.

No hay lesión cerebral detectable con los medios disponibles hasta el momento. La evidencia indica más bien que existe un disbalance de neurotrasmisores en determinada zona del lóbulo frontal.

¿Cómo se trata?

No se ha encontrado ningún tratamiento que cure el DA/H pero existen muchos que son muy efectivos para disminuir los síntomas y permitirle al niño una inserción prácticamente normal con su entorno, evitando así las nefastas consecuencias del cuadro tanto en el rendimiento como a nivel emocional.

El tratamiento adecuado de un niño con DA/H le significa a él, a su familia y a sus maestros un verdadero cambio. En esto es claro que hay un antes y un después del tratamiento.

El niño hiperactivo y con déficit atencional

a) Medicación:

El tratamiento incluye diferentes abordajes dependiendo de cada caso, pero es casi inevitable que el primer y fundamental paso terapéutico sea la medicación. Existe una medicación específica para estos casos (metilfenidato) que si bien no es curativo, corrige los síntomas más molestos: aumenta la capacidad de prestar atención y disminuye la hiperactividad y la impulsividad con lo que consecuentemente mejora el rendimiento general y la integración familiar y social del niño.

Esta medicación, como todas, tiene indicaciones y contraindicaciones, por lo que insistimos en que sólo deberá ser prescrita por psiquiatras, luego de una correcta evaluación y haciendo controles periódicos de la misma.

Cuando está indicada, la medicación es un aliado valiosísimo pero, ella sola no lo es todo. Es cierto que pone al niño en mucho mejores condiciones para funcionar de manera adecuada, pero no le enseña estrategias de aprendizaje ni códigos sociales, no remueve todas las consecuencias emocionales existentes, ni tampoco corrige los trastornos psicomotrices y de aprendizaje asociados a ella. Tampoco enseña a padres y maestros los estilos de manejo más adecuados para ayudar a ese niño.

Lo más aconsejable entonces es asociar la medicación con otros tipos de tratamiento que deben incluir al niño y su entorno (padres y maestros).

b) Trabajo individual con el niño:

De acuerdo a cada caso se elegirán las estrategias de tratamiento necesarias y posibles para cada niño. Las más frecuentes y útiles son el entrenamiento en autocontrol, en resolución de problemas y habilidades sociales. Cuando es necesario deben recibir también atención por las consecuencias emocionales que ha determinado el trastorno.

c) Trabajo con los padres:

Típicamente la situación del entorno que rodea a un niño hiperactivo suele ser bastante conflictiva. Si siempre es difícil criar y educar a un hijo, el hacerlo con un hijo hiperactivo plantea dificultades adicionales muy exigentes. El estrés familiar, en estas situaciones, es grande y los padres en algún momento empiezan a pensar, sentir y hacer cosas que, si bien entender, no son el mejor camino para ayudar a su hijo a aprender a controlarse.